La importancia de un barbero en la moral de un pueblo de tradición católica está casi a la altura del cura, y para esto invoco los amigos del Quijote. ¿Qué decir si ese barbero o peluquero es el mismo proyeccionista de cine? Ah! inevitable no recordar "Cinema Paradiso".
La época dorada de la exhibición de cine en nuestro pueblo está asociada a la persona de Gildardo el peluquero que alternaba el corte de pelo con el corte de escenas inmorales; hágase de cuenta el escrutinio, con la frecuente sentencia de la hoguera, de la librería del capítulo VI del Quijote.
Realmente las películas venían ya marcadas con un tipo de censura, pero la decisión final la daba el cura de turno, previa observación en goce solitario; ésta mojigatería explica mucho nuestro solapado erotismo. Eventualmente se cortaban unas escenas y esas cintas quedaban para que un curioso voyerista reconstruyera otra historia en su imaginación, que de paso rendiría tributo a San Onám: "¡Ah deliciosa fruta prohibida, sólo tu tentación es divina!"
Historias del celuloide, historias de peluquería, mil y una historia ha visto, oído y sigue contando con agrado Don Gildardo.