Si le importa mucho el reconocimiento porque su autoestima requiere del aplauso, las felicitaciones y las reverencias de los demás y considera que por hacer las cosas bien tiene merecido el título de benefactor y el mundo debe saberlo; tome en cuenta estas instrucciones, frutos de la observancia de cómo nuestros líderes le echan una travesía al éxito.
Como estamos en la era de la imagología, donde la palabra vale menos que la imagen hipnótica, contrate un asesor de la escuela de JJ Rendón y un fotógrafo para que capte los momentos culminantes de sus presentaciones publicas. No olvide nunca ubicarse en el centro del cuadro y sonreir siempre; lo demás se logra con maquillaje, photoshop y montajes.
Haga buenas migas con los medios de comunicación y procure decir la última palabra. Con la oposición pose de liberal y páguele algún patrocinio con la salvedad de la suspensión unilateral del contrato. Si termina peliando con ellos edite su propio periódico, porque en un pueblo sin Opinión usted mismo tiene derecho a crearla con la ilusión de ser la voz del pueblo. Tenga cuidado con que aparezcan sus créditos en el comité editorial y en los artículos. Que su fotografía persista en la memoria de la gente y para que no se note cierto narcisimo publique también las fotos de otras personas del pueblo dando testimonio de sus obras, con la versión ilustrada de un miembro de su equipo. No deje de publicar periodicamente los resultados de una encuesta contratada por usted mismo sobre la favorabilidad de su imagen, con el cuidado de que los resultados siempre esten por encima del 70%, ya que por debajo se considera desfavorable, y este no era el objeto del contrato.
Para los eventos públicos no deje de contar con su comité de aplauso; qué digo comité, sea emprendedor y atrevido y conforme su propia corporación de aplauso, donde acudirán sin falta sus obligados benefactores, otros cuantos a su servicio, algún iluso y algotro pegado que nunca falta en este pueblo.
Y si a veces llegan cartas con olor a rosas que si son fantásticas no deje de publicarlas por más insignificantes que parezcan, todo ello como muestra de la pleitesía que le rinden. Sobre todo aquellas cartas que después de unas felicitaciones en mayúscula recen con una cadena de palabras en ascenso de optimismo: crecimiento, embellecimiento y fortalecimiento. Y que dejen sentir que el mensaje de gratitud brota espontaneamente desde lo más profundo del corazón y rematen el rosario de bendiciones con un conmovedor Dios le pague.
Como estamos en la era de la imagología, donde la palabra vale menos que la imagen hipnótica, contrate un asesor de la escuela de JJ Rendón y un fotógrafo para que capte los momentos culminantes de sus presentaciones publicas. No olvide nunca ubicarse en el centro del cuadro y sonreir siempre; lo demás se logra con maquillaje, photoshop y montajes.
Haga buenas migas con los medios de comunicación y procure decir la última palabra. Con la oposición pose de liberal y páguele algún patrocinio con la salvedad de la suspensión unilateral del contrato. Si termina peliando con ellos edite su propio periódico, porque en un pueblo sin Opinión usted mismo tiene derecho a crearla con la ilusión de ser la voz del pueblo. Tenga cuidado con que aparezcan sus créditos en el comité editorial y en los artículos. Que su fotografía persista en la memoria de la gente y para que no se note cierto narcisimo publique también las fotos de otras personas del pueblo dando testimonio de sus obras, con la versión ilustrada de un miembro de su equipo. No deje de publicar periodicamente los resultados de una encuesta contratada por usted mismo sobre la favorabilidad de su imagen, con el cuidado de que los resultados siempre esten por encima del 70%, ya que por debajo se considera desfavorable, y este no era el objeto del contrato.
Para los eventos públicos no deje de contar con su comité de aplauso; qué digo comité, sea emprendedor y atrevido y conforme su propia corporación de aplauso, donde acudirán sin falta sus obligados benefactores, otros cuantos a su servicio, algún iluso y algotro pegado que nunca falta en este pueblo.
Y si a veces llegan cartas con olor a rosas que si son fantásticas no deje de publicarlas por más insignificantes que parezcan, todo ello como muestra de la pleitesía que le rinden. Sobre todo aquellas cartas que después de unas felicitaciones en mayúscula recen con una cadena de palabras en ascenso de optimismo: crecimiento, embellecimiento y fortalecimiento. Y que dejen sentir que el mensaje de gratitud brota espontaneamente desde lo más profundo del corazón y rematen el rosario de bendiciones con un conmovedor Dios le pague.