Corre, salta, vuela y nada

Fray Eugenio, patrono de los masacrados


Fray Eugenio va camino a los altares de la santidad como prototipo de tantos mártires anónimos que habitualmente se sacrifican en Colombia, para gloria de Cristo e impunidad terrena. No tenía más de 22 años cuando lo sorprendió el secuestro, la tortura y el fusilamiento, todo junto en una misma noche y para 70 compañeros más de la Orden Hospitalaria en la guerra civil española de 1936. Masacre premonitoria de tantas que ha padecido el pueblo colombiano y que a falta de justicia, bueno es tener una imagen con quien reivindicar la inocencia; porque la razón de hacer famoso a fray Eugenio no debe ser otra que reclamar justicia divina cuando la terrena es inepta.
La Ceja, que por efecto de los noticieros tiene una imagen de refugio paramilitar a propósito de aquel cuento de la reinserción en el 2006, debe promoverse como destino de peregrinación de las víctimas de paramilitares, guerrilla y cuantos milicianos han asesinado cobardemente a inocentes, que no han encontrado ni verdad, ni justicia, ni reparación en el Estado y sólo buscan consuelo en el inocente crucificado. Allá en la misma Floresta donde está el santuario de Fray Eugenio debe llegar el peregrino a pedirle a este Hospitalario que acoja a su sacrificado y, como si fueran pocos, a los falsos positivos que sigue sumando el ejército.
Como habitualmente la gente invoca los santos por milagros que le resuelvan las angustias económicas, fray Eugenio podría hasta llegar a transformar la estructura económica de este agobiado municipio, haciendo del peregrinaje a su templo parte del plan turístico religioso de este prospectivo vaticanito. Si Angostura con el padre Marianito incrementó la demanda de restaurantes y hoteles para atender la bulliciosa romería, además se puede estimular, junto con las flores, el comercio de reliquias, estampas, medallas, camisetas y cachuchas.

Somos los estudiantes ...


Estando la Marysola sentada en su vergel,
Abriendo una rosa, cerrando un clavel.
Quien es esa gente que pasa por aquí,
Ni de día ni de noche nos deja dormir.

Somos los estudiantes que vamos a estudiar,

A la capillita, la virgen del Pilar.

Plato de oro, orillas de cristal.

Que se quiten, que se quiten, de la puer ta prin ci pal.

Adentro la profesora, ladrando como un lebrel,

Poniendo una nota, sellando un papel.

Yo no sé a qué vienen, qué quieren de mí,

No dan palo ni dan bola, todos a repetir.

Queremos conocimiento, igual queremos jugar,

Salir de la clase al salón de billar.

Rock de Pink Floyd, paredes a tumbar.

Que se quiten los ladrillos que encierran la li ber tad.

Ocios y oficios de alcohólicos


Hacen parte del paisaje cejeño, como las vacas sagradas en la India, deambulando lenta y mansamente por las calles y los parques, que habitualmente es su domicilio. Andan en camaradería de manada, también como una forma de blindaje, además de la gorra y la chaqueta.
Se les mira, como a través de un vidrio empañado, cual especie enrarecida que habita el otro lado del jardín. Es porque nadan en un acuario de alcohol, como peces de movimientos tardos y mirada perdida.
Pero ni son vacas sagradas de la India, ni peces raros del acuario, al mirarlos con los ojos del corazón se advierte que son nuestro prójimo. Y acaso su actitud sea una pose de modesta sabiduría y su parentela está más cerca del perro Diógenes y de Crates el cínico, de la escuela filosófica de Antístenes, quizá su oficio tiene un fatal destino de ascetismo, sin la presunción intelectual del griego, ni el éxtasis religioso de franciscano. Lo finalmente cierto es que su indigencia y su abandono es nuestra responsabilidad y una muestra fehaciente del estado de nuestra salud pública.

La Canasta de mimbre


Ahora cuelga en lo alto de la pared como un nido abandonado de pájaro. Antaño en ella cabían juntas, sin separar, las verduras, las frutas y los huevos; hasta que llegó el tiempo de los empaques plástico que con su variedad de bolsas le asestó un golpe que la redujo a trasto viejo.
Ahora que cumbe el pánico ecológico de la imposibilidad biodegradable del plástico, es la ocasión para descolgar esta obra de arquitectura artesanal y salir de compras para rechazar las bolsas plásticas. Más que por sensibilidad ecológica nos debe animar la vanidad del estilo y del buen gusto. Salir de la plaza de mercado con esta concha tejida de tiras de caña, cargada con las excelsas formas y colores de verduras y de frutas, tiene la solemnidad de un desfile de silletero.

Instrucciones para comer morcilla


Cuando la carne escasea y la anemia amenaza, bueno es comer morcilla; y si por ser de tripa y coágulos le da remilgo, le animo recordandole que hasta Homero la cita en la Odisea.
Una vez cumplida las condiciones de calidad relativas a su procedencia debe seguirse las siguientes intrucciones para degustarla con deleite:
En el plato la morcilla debe conservar su forma en rodajas, por eso prefiera la de tripa delgada ya que la gruesa se desparrama como una "cagalera", así le llaman en Antioquia y tampoco suena bien rellena. Verifique que una vez frita tenga un brillo de aceite que revele su frescura y su calor. Nunca coma morcilla fria ni en la más hambrienta desesperación.
La morcilla debe abrirse como un botón en los estremos, como disponiendose para la mordida. No se tome con la mano ni otro utensilio que no sea el tenedor, cuyas púas deben advertir al paladar los jugos. Una vez en la boca no se tome prisa en engullirla, descubra el inigualable sabor de la combinación de sus ingredientes: arroz, manteca, cebolla y sangre. Acompañese con arepa, siempre caliente y pasese con una botella de carta roja.
En la Calle Rial, la carrera 20 del parque hacia La Vuelta de Rionegro, se encuentran unos buenos comederos de morcilla. De los otros guisos se hablará en su momento.
Para más información visita este enlace:http://www.homohabitus.org/cocina/?p=50

Ventana para triniar


La ventana en La Ceja, a más de servir para que entre el viento y el sol, sirve para asomar la cabeza a la calle y conjugar el verbo triniar, exclusivo de estos lares.
Triniar consiste en acechar a paseantes y vecinos sobre particularidades en las que la prudencia no debiera inmiscuirse. La observación de la trina es minuciosa en levantar datos y detalles que permitan armar un enredo. No debe juzgarse mala voluntad en este espionaje, ya que suelen practicarlo nuestras propias madres, tías y abuelas. Vicio impune que por demás viene desapareciendo con ellas.
La ventana arrodillada tiene un diseño que complace la conjunción entre lo público y lo privado. Es una obra puesta al servicio de lo cotidiano, un artefacto del claroscuro. Aunque tuvo su origen y su marco en las gruesas y altas tapias, debe ajustarse a las nuevas proporciones y enfrentar su artístico diseño de mirador, contra el vano frio de vidrio con metal.
Dejar desaparecer en La Ceja este tipo especial de ventana, es dejar de conjugar un verbo exclusivo de nuestra cultura y de paso enterrar un mórbido oficio de cejeño viejo.

Las Lomitas de los anselmitos


En la segunda mitad del siglo decimonónico, cuando el espíritu del romanticismo soplaba por estas verdes campiñas en la voz de Gregorio que cantaba la epopeya de los cultivadores de maíz, el espíritu se dirigió a un hombre, como una vez Dios habló a Abram: Sal de la casa de tu madre y ve a la tierra que yo te mostraré. Marchó Anselmo con su mujer Concepción. Se dirigieron hacia el oriente de La Ceja por la vía a la Unión y se establecieron en la tierra prometida de las Lomitas.
En una casa grande Anselmo y Concepción levantaron sus hijos y gozaron con ellos de prosperidad, en una tierra que manaba leche y miel. Cuando éstos fueron mayores les repartió tierras para levantar casa y familia y así comenzó una descendencia como la arena del mar. Se les llamó israelitas, como el pueblo de las numerosas tribus de Jacob.
Parece una historia bíblica, al punto de que ésta también registra diáspora. Un siglo después la tierra sagrada que forjó el sueño de los patriarcas se vendía a los extraños, que es algo así como vender la madre o como decir José vendido por sus hermanos. Las casas, que a lo lejos blanqueaban ocultas como palomas entre el ramaje verde, acaso las guarda la memoria aún. El fuego del hogar lo enciende mano extraña. Ya es ajena la casa paternal. De todo ello sólo queda invocar los versos del poeta:
Infancia, juventud, tiempos tranquilos,
Visiones de placer, sueños de amor,
Heredad de mis padres, hondo río,
Casita blanca... y esperanza, ¡adiós!

Comedores de papas