No te imagines viajero
que es La Ceja una maceta florecida:
La Ceja es una flor.
Ni es un hato su llanura de esmeralda
sino la urdimbre entretejida hace milenios
por las diosas del plantío.
Ni tampoco son oteros simplemente
"El Capiro" en la pradera
y "El Corcovado" en la sierra,
sino el reino de los genios y los trasgos
que vigilan con su embrujo
los dominios de este valle
donde se encuentra cautiva la belleza.
Ni es un cielo simplemente
su firmamento emplazado
en la rotonda de sus cerros,
como arcos de romana arquitectura,
sino la pagoda gigante
donde entonan los coros de la noche
alabanzas y cantares
a los dioses protectores de la raza.
Y entre vitrales de gloria
de las auroras y ocasos,
el padre sol sacrifica
tarde a tarde un nuevo día
sobre el altar del capiro
bajo un baldaquino de luces
enmarcado en el espectro
del arco iris triunfal.
Ni tampoco son caminos
de herraduras sus senderos
fatigados por las huellas
de cotizas y alpargatas,
sino avenidas de dalias y de batatillas
por donde van los cocuyos
en caravanas fantásticas
iluminando el espíritu
"del monte primitivo en la espesura".
"Salve Ceja Feliz"
Flor abierta al esplendor
de todas las mañanas,
tibio hogar donde se cuecen
a la sombra de tus lares
ilusiones y esperanzas.
¡Toldo de fantasía!
¡Bazar florido de Oriente!
Tus encantos me trastornan
y han fascinado mi alma.
La Ceja, agosto, 1987. Iván Londoño Restrepo