"Cada mañana al levantarme enciendo mi computador para revisar algunos portales de internet y enterarme cómo van las cosas en Colombia, pero una imagen que tengo como wallpaper me hace detener unos segundos a pensar un poco en mi familia, mis amigos, mis lugares favoritos y en cada cosa vivida en el pasado; esta imagen no es nada menos que una foto panorámica de La Ceja, el pueblo que me vio crecer y al que es imposible olvidar.
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Mi nombre es John Chica Osorio, economista de la Universidad Nacional de Colombia, cejeño de pies a cabeza. En realidad no hace mucho dejé mi tierra, son sólo cuatro meses los que llevo viviendo en Buenos Aires, pero en la cabeza se sienten como si fueran años. Un día decidí emigrar hacia Argentina en busca de algunas cosas que Colombia no me estaba brindando: la posibilidad de realizar varios cursos de análisis técnico de inversiones especulativas y operación bursátil, y la especialización en Mercado de Capitales con una de las mejores reputaciones de toda América; esperaba además que en el camino pudiese encontrar un buen trabajo e incluso una vida en tierras lejanas. Por el momento las cosas parecen ir por buen camino, aunque a veces uno no se la cree; de repente el colectivo pasa por el lado del Obelisco y aterrizas que no vas por la avenida El Poblado en Medellín sino por Corrientes con 9 de Julio, y me digo a mi mismo: “es cierto, estoy en Buenos Aires”. Por la tarde cuando llega algún amigo argentino a invitarme a tomar mate empiezo a extrañar el café obligado de los viernes en Cremas de Oriente, tertuliando de frente al Capiro mientras la gente va y viene, saluda y se queda; o se va teniendo la certeza de volverlo a ver a uno por ahí tomando cerveza en Quiebracanto o jugando Micro en la Unidad deportiva. Técnicamente yo estoy a unos cuantos miles de kilómetros de la tienda de Camilito para abajo, al menos eso es lo que dicta el corazón, a pesar de ser consciente que quizás pasen años para volver o tal vez días, porque cuando se está en tierras extrañas el regreso siempre se maneja como una buena opción en caso de inconvenientes extremos o simplemente porque la nostalgia vence a algunos y los lleva otra vez a comer arepa con quesito hecha por la propia mamá muy temprano en la mañana. La pregunta frecuente de la gente cuando habla con uno es si no extraña las cosas que dejó; la respuesta es por supuesto que si. Qué colombiano en sus cinco sentidos no extrañaría la amabilidad de sus compatriotas, cosa que no se ve demasiado en la capital federal argentina; o qué cejeño no extrañaría los chicos en Billares o en Oroluz, los aguardientes de afán donde Nevio, los heladitos de don Guille al frente de María Josefa, los recortes, las mazorcas en las fiestas del toldo, la escultura de Fercho en la entrada al teatro o los cuadros de Óscar Cardona o de Iván López; incluso las noticias por la radio que entrega diariamente mi excompañero de colegio Ricardo Bedoya, los tintos en La Casona con don Carlos y Miguel Calle, la vuelta por la zona rosa de vez en cuando, la comida barata de la esquina de la Bocana, las caminadas hasta la Cristalina y las montadas en bicicleta hasta San Antonio. Uno igual se sorprende de las cosas que pasan tan rápido, porque la familia lo informa que cerraron el Coffee Bar, que agarraron a Montecristo pero ya había matado a tantos, que hubo un rollo con una bomba en el Idema; y en realidad esas cosas no se extrañan primero porque no son buenas y segundo porque pasan en todo lado. Yo creo que muchos se sorprenderían de ver tantas similitudes sociales entre un pueblo pequeño como el nuestro y una gran Ciudad como Buenos Aires, sobre todo la desigualdad y la inseguridad. Hablando de las diferencias la más notoria es el clima. Acá hay una humedad muy alta y el calor en época de verano se hace insoportable; por otro lado el frío duplica una noche fría de La Ceja, eso dejando claro que yo llegue entre el último día del invierno y el primero de la primavera. Otros detalles anecdóticos son por ejemplo la gran cantidad de excremento de perro que uno puede encontrar en las calles, la diversidad racial, la pasión por el deporte y algo sustancialmente diferente: la gente cuando sale en la noche empieza la fiesta a las 2 de la mañana y acaba a las siete u ocho en los “boliches” o discotecas como los llamaríamos nosotros; antes de eso el ambiente es tranquilo en los bares y restaurantes entre las 10 y las 2. Cosa que hay para abonarle a este país es la gran cantidad de parques, teatros, cafés literarios, museos y espectáculos.
Para no abusar del lector me despido de una vez no sin antes dar un saludo a todos los conocidos que visitan la página, y ofrecer “por ahí derecho” algún tipo de ayuda que requieran en caso tal que alguien vaya a venir por estos lares, en cuanto a información o cuestiones similares al correo johnch88@hotmail.com. Un abrazo."